Las personas que nunca han ido al Bahidorá pueden tener muchas preconcepciones al respecto, unas malas, otras buenas y otras que simplemente les hacen pensar que no es el festival para ellxs. Con la poca señal que hay durante el evento y al suceder fuera de una metrópoli, para gente externa el Bahidorá es un misterio. Después de asistir por primera vez, estoy de acuerdo con este misticismo. A lo largo de todo el fin de semana me desconecté de todo y el resto del mundo se disolvió mientras lo único que parecía existir era esta sociedad secreta a lo largo del río, cuyo único propósito era disfrutar del momento y bailar hasta el amanecer. El Bahidorá es de esas experiencias que no te pueden contar, lo tienes que vivir; aun así, lo voy a intentar. Así fue mi primera vez en Bahidorá.
Con un poco de nervios de conseguir boletos cuatro días antes y no conocer a 7 de las 10 personas con las que iba a compartir una casa de acampar los siguientes tres días, empaqué mis cosas y saliendo de trabajar me fui sin ninguna expectativa.
He ido a muchos festivales, así que sabía un poco qué esperar. Pero esta vez sería considerablemente distinta por un solo detalle: no regresaría a mi casa al final de cada día, tendría que acampar ahí mismo. Esto pudo haber sido un reto, pero la buena actitud lo es todo cuando no sólo no te hospedarás en un hotel ni harás glamping, sino que no tendrás otra opción más que ir a un nada glamuroso SaniRent por tres días. Abren las puertas a las 3pm y nosotrxs llegamos a las 6; aún seguía bastante tranquilo y después de una breve inspección de vacunación y maletas, ya estábamos dentro. Excepto que dos integrantes de nuestro grupo habían desaparecido: no habían podido entrar, el boleto que compraron en Facebook ya había sido escaneado. Unos días después nos enteramos que quien les vendió los boletos estafó a alrededor de 10 personas. Al parecer, al ser un boleto digital, esto fue algo recurrente y fueron dos de las muchas personas a las que les sucedió. Aún así, los ánimos no disminuyeron y pronto conseguirían otro acceso.
El área de camping era una civilización en formación, filas y filas de casas de acampar que por la noche estarían completamente llenas. Nos instruyeron que nos instaláramos en el cuadrante más alejado, junto a una pila de tierra. Después de fracasar en nuestro intento de que nos movieran a una zona más bonita y un poco de trabajo en equipo, nuestra casa de acampar de 12 personas estaba instalada y nosotrxs listxs para dar nuestro primer paseo por el festival.
El viernes no abren todas las zonas y sólo hay dos escenarios (uno que desaparecería al día siguiente), por lo que fue fácil conocer todo el terreno y ubicarnos rápidamente. ¿Nuestra primera parada (después de explorar el área de comida, claro)? La madriguera. En este acogedor y mágico escenario iluminado con luces de colores y decorado con un estilo muy tropical, pudimos deleitarnos con horas de bailes y grandes descubrimientos musicales. Conchorra Son nos dejó asombradxs con sus cumbias, trompetas y la increíble voz de su vocalista. Cinco minutos después de conocerlxs, estábamos enamoradxs. Bailamos y gritamos a todo pulmón las consignas feministas que incorporaron a su set. Después de esto, Bruja Prieta comenzó su set. No llevábamos más de 6 horas pero la identidad de Bahidorá ya había quedado clara y es que en muy poco tiempo nos presentó con una selección de artistxs mucho más diverso que cualquier otro festival popular en México. No sólo es diversidad musical, hay diversidad de nacionalidad, género y sexualidad. Fue un respiro de aire fresco que la mayor parte de este festival no fuera la misma selección de artistas hombres blancos que son headliners cada seis meses.
En un abrir y cerrar de ojos ya eran las 12 de la noche y quedábamos sólo dos integrantes de nuestro grupo, ya que el resto decidió tomar una siesta y volver a despertar a las 2 de la mañana al perreo. Durante esas dos horas seguimos explorando y nos adentramos en El Umbral, el otro escenario (mucho más grande que la madriguera), en el cuál el rave no se detuvo en todo el día. Joey Beltram rápidamente nos dió la energía que necesitábamos para esa madrugada; después de eso me pasé los siguientes dos días diciendo que “el techno me cambió la vida”. Tras intentar despertar al resto de nuestra casa de acampar sin éxito, nos dirigimos de nuevo a La Madriguera a bailar hasta las 4 de la mañana con los beats de EsaMiPau! En mi experiencia, la cero tolerancia de acoso del festival hizo que pudiéramos disfrutar libremente sin tener que preocuparnos por recibir un manoseo no consensuado. Finalmente nos rendimos y nos dormimos inmediatamente en el momento que nuestros cuerpos tocaron nuestros sleeping bags.
Antes de las 9am ya estábamos despiertxs y aunque yo me negaba a tener que formarme para bañarme, terminé cediendo por presión social. Fueron alrededor de 30 minutos de fila que parecieron una eternidad y empeoraron cuando nos dimos cuenta que los hombres entraban y salían de las regaderas sin tener que hacer ni tres minutos de espera. La división hombres-mujeres y la larga fila para los baños fueron algo recurrente. No me sorprendió demasiado en las regaderas pero la verdad sigo sin entender cuál es la necesidad si se trata de SaniRents individuales que se encuentran a dos pasos de separación el uno del otro, especialmente teniendo en cuenta la imagen del festival y que participaron artistas y asistentes no binaries. En fin, casi siempre, salvo en una que otra emergencia, nos conformamos con hacer nuestra condenada espera según estas divisiones.
La mañana fue tranquila. Nadamos cerca de El Asoleadero mientras escuchábamos la música a lo lejos y de vez en cuando nos acercábamos al gentío hasta llegar nadando al escenario. Tenía años sin ir a Las Estacas y no recordaba lo clara que es el agua y lo bonito que es todo el espacio. Nos dimos la vuelta pasando por un foro con una conferencia del consumo responsable de drogas y que más al rato proyectaría un documental acerca del rap. También nos aventuramos por El Mercadito, donde podías encontrar la estación de glitter, peinados, ropa, entre otras cosas.
El primer concierto al que nos dirigimos después de tomar el sol y flotar un rato fue Nubya Garcia (pronunciado Nu-bai-ah). Nubya y su banda nos deleitaron con una hipnotizante hora de su increíble jazz. No puedo imaginar lo que fue dar esa presentación y tocar el saxofón bajo ese sol y calor tan intensos que quemaba tu piel, pero estoy completamente agradecida. Tras una pequeña pausa en la que prepararon todo y colocaron sombrillas para que no tuvieran que vivir la insolación que probablemente sufrió Nubya, finalmente era hora de uno de los conciertos más esperados: Kings of Convenience. Las expectativas se cumplieron: este dúo de folk noruego amenizaba tu alma con cada canción. Todo el público entró en sintonía con las armoniosas melodías, perfectas para una soleada tarde en el Bahidorá. Cerraron con broche de oro con “I’d Rather Dance With You” y el público los llenó de amor mientras gritaban que tocaran otra canción antes de irse. En general, los conciertos fueron una experiencia muy diferente a otros festivales en los cuáles luchas por tu vida para llegar hasta adelante y te falta el aire al estar aplastadx entre tantas personas sin un centímetro de espacio personal. En todo momento podías ver bien, acercarte y alejarte del escenario sin preocupación y disfrutar de la música bailando.
La tarde apenas comenzaba y las percusiones y cantos de La Perla nos llamaron de vuelta a La Estación. Esta agrupación de Bogotá poseía tu cuerpo con ritmos inspirados en el caribe colombiano. Fue en este escenario que una amiga se encontró a Corroncha Son, de quienes nos enamoramos el día anterior, y nos informaron de su concierto unos días después en la CDMX con La Perla como invitadas. El baile no paró en ningún segundo de este gran concierto.
Ya era el segundo día por la tarde y ningún acto nos había decepcionado, pero la barra se alzó aún más con el set de Rubio. Su excéntrica música te transportaba a otra dimensión de la cual no quería regresar. Es imposible quitar la mirada de Rubio, rodeada de luces de colores y bailando con agilidad de un lado al otro, de vez en cuando soltando sonidos que asemejan algo animal con su magnífica voz. Llegó el momento de James Blake, otro de los conciertos más esperados. En palabras de algunxs asistentes: fue una experiencia de otro mundo que hacía que se tronara la tacha espiritualmente. Para este momento el Sonorama estaba completamente lleno y las poderosas vocales y melodías de Blake se escuchaban por todo el Bahidorá.
Después de una inesperada ida al servicio médico por parte de una de mis amigas (que comentó que la trataron muy bien, dieron las medicinas adecuadas con dosis para esa noche y el siguiente día), decidimos entrar a la Silent Disco de Pepsi. Desde fuera no me convencía, es raro ver a gente bailando sin saber que escuchan, pero estaba equivocada. Entras en grupos y te acomodan en distintos cuadrantes con tus audífonos puestos. Enfrente, hay una batalla de DJs entre los que puedes escoger y sabes qué están escuchando lxs demás según el color de sus audífonos. Una vez más, nos pusimos a bailar. Mi preferido fue el DJ color rojo aunque no les podría decir su nombre. Nos quedamos todo el tiempo posible hasta que BlackBox estaba por comenzar. Desde su outfit con una bata rosa hasta su voz, todo acerca de la vocalista imponía en el escenario. BlackBox puso a todxs a bailar hasta la medianoche con éxitos como “Everybody, Everybody” y “Strike It Up”. Un rato después de dar unas vueltas y acostarnos en el pasto, terminó nuestra noche.
Por alguna razón, al día siguiente otra vez estábamos ya despiertxs a las 9am y listxs para seguir. Las Estacas es totalmente diferente de día y de noche y a pesar de llevar dos días ahí, el tercero finalmente empecé a dimensionar y ubicarme. Toda la noche anterior no hubiera sabido llegar a ningún lugar sin que alguien me guiara, aunque perderse también es divertido cuando en cada esquina hay algo nuevo que ver y hacer.
En los alrededores del río nos encontramos a Rubio y sin encontrar las palabras sólo pudimos felicitarla por su set. Rentamos una balsa que te prestaban gratis con un depósito de seguridad y flotamos sin rumbo por El Asoleadero, de vez en cuando parando frente al escenario para bailar un poco. Ya más tarde nos sentamos a comer. Es buen momento para mencionar un poco de la oferta gastronómica que me dejó satisfecha. Hay tres áreas de comida y puedes encontrar un poco de todo: burritos veganos, bowls, pizza, hamburguesas, esquites, hot dogs, y la quesabirria más deliciosa que he probado, nunca la olvidaré. También hay varias actividades, un temazcal, un circuito de arte, bares, etc.
Algo especial del carnaval y que no he visto en ningún otro lugar son Nido y Reverdeser, dos puestos dedicados a ayudarte a tener el mejor viaje posible si es que decides consumir drogas. El primero es una zona de descanso o refugio para aterrizar con calma, adonde puedes acudir si estás teniendo un mal trip y hay personas capacitadas para ayudarte y supervisar. Por otra parte, en Reverdeser te asesoran y ayudan a examinar que las drogas sean legítimas y no vayas a consumir algo peligroso. Así que, a pesar de que las drogas están prohibidas en teoría, en la práctica el Bahidorá toma riendas en el asunto para desestigmatizar su consumo. Al aceptar la realidad de que en todos los festivales existe el uso de drogas, lo mejor que puedes hacer es promover su uso responsable y proporcionar espacios para que el ambiente siga siendo ameno y seguro para todxs.
Ese día no quedó más que gozar, en traje de baño y descalzxs, bailando al son de Spiritual Sounds, Kampire y Pa Kongal, dejando lo último de nosotrxs en ese lugar místico antes de tener que partir y regresar a nuestra vida cotidiana. Felices por lo vivido y bailado pero tristes de que hubiera llegado a su fin, después de tres días alejadxs de todo, empacamos nuestras cosas para volver a la realidad mientras veíamos cómo la pequeña ciudad de casas de acampar iba desapareciendo poco a poco. El camino a Ciudad de México estuvo repleto de anécdotas, chistes y nuestras canciones favoritas de los conciertos de los últimos días, con la promesa de regresar el siguiente año.
Lo mejor antes de decidir si asistir es quitarte cualquier prejuicio. Si te llama la atención un fin de semana nadando y con música o te gustan los festivales en general, Bahidorá es una excelente opción con una propuesta musical diferente y una gran locación. No importa si sólo conoces a una banda de todo el cartel ya que por lo general la gente va más a descubrir la música en persona. Ya sea que estés sobrix o decidas consumir alguna sustancia, las dos partes aseguran haber tenido una gran experiencia. Y si acampar no es lo tuyo o aún temes que sea algo demasiado extremo si no estás acostumbradx a ir a conciertos o festivales, siempre puedes quedarte en un hotel o casa cerca o atender sólo un día de los tres. El festival no es perfecto, pero a mí me sorprendió en varios aspectos y es algo que definitivamente repetiría. Recomiendo que descubran Bahidorá para ustedes mismxs.
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