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Foto del escritorMariana Sánchez

Canciones en coches 2 (excepto que sólo es un coche) / Sobre la intimidad y la escucha activa

Actualizado: 11 jun 2021

Hace varios meses —ya casi un año, qué cosas—, en el primer número editorial de Cluster, Mathias escribió un texto llamado “Canciones en coches”; en él, nos contó uno de sus recuerdos de mayor intimidad con la música, cuando viajaba de niñx con su familia en carretera y la música –su música– resultó ser su única salvación y acompañante (les invito a leerlo, si no lo han hecho). Por otro lado, hace unos días platicaba con Alex de este término al que nombramos la “escucha activa”, que se refiere a la escucha de música que va más allá del puro entretenimiento, en la que la concentración se dirige únicamente, o al menos con mayor peso hacia todo lo que acontece de manera simultánea; esta actividad, decíamos, es algo que nos gustaría fomentar en Cluster.



Cuando empezó el semestre escolar en agosto de 2020, yo, al igual que tantas otras personas, llevaba más o menos 5 meses sin ver presencialmente a otra persona que no compartiera mis genes (y mi perro, claro está). Sin embargo esto cambió cuando me vi obligada a juntarme dos veces a la semana a ensayar con un compañero para poder cursar la materia de música de cámara; este evento resultó bastante emocionante en varios sentidos: primero, implicaba algo de variedad en la monotonía que me había tenido tanto tiempo encerrada, y podría cambiar mis espacios y ver a otras personas; por otro lado, tendría que irme manejando yo sola, y por primera vez tendría que recorrer una ruta de más de 5 minutos desde mi casa; finalmente, y aunque esto lo descubriría después, dicha ruta pasaba –tanto de ida como de regreso– directamente a un costado de un lugar que había tenido mucho valor emocional para mí durante los meses anteriores a la pandemia (de hecho, fue el último lugar que visité antes de encerrarme, ahora que lo pienso).

Por esto último, las primeras veces que fui me resultó algo complicado pasar por ahí cuatro veces a la semana: mi cuerpo se llenaba de recuerdos y emociones, no podía evitar revivir los momentos que había vivido en ese lugar, los sitios que había conocido a su alrededor, todo lo que había hecho ese último día e, incluso, fantasear sobre un futuro en el que podría regresar y ya sabría cómo manejar hasta ahí (cualquier referencia a “drivers license” es completamente involuntaria). Esto pasó prácticamente durante todo el primer mes cada vez que iba a la casa de mi compañero, a lo largo de esos pocos metros que recorría de paso, pero que me afectaban profundamente. Evidentemente, me di cuenta de que eso no podía seguir así si pensaba continuar yendo a los ensayos durante el resto del semestre (y hasta que pudiéramos ensayar en otro espacio, lo cual todavía no ha pasado).

Entonces decidí incorporar la música a esos lamentables trayectos. Al principio ponía sólo mis playlists de siempre, pero con el tiempo se volvieron un poco repetitivas, por lo que empecé a buscar nueva música, álbumes que me habían recomendado, nuevos lanzamientos de artistas que me gustan, playlists recomendadas por el algoritmo, etc. Así de pronto, los momentos que en un principio habían sido un martirio que me acorralaba y me llenaba de nostalgia y frustración, comenzaron a transformarse en momentos propios en los que recorría las calles íntimamente acompañada de mi querida música. Aprendí a acercarme más a ella, a motivarme por ella, y comencé a formar un vínculo que creo que nunca antes había intentado reforzar.

Ahora, varios meses después, esos viajes en coche son mi espacio más íntimo, mi momento personal, en el que me permito gritar canciones, bailar, descubrir música nueva u otras maneras de escuchar lo que ya conocía; me permito sentir libremente y moldear las emociones a mi gusto, escuchar algo feliz en los días que necesito energía o melodías un tanto más nostálgicas en los lunes nublados y lluviosos; a veces, incluso, cuando me toca el alto al lado del tan mencionado lugar, siento un nudo en la garganta seguido de un profundo suspiro, pero ese instante ya no protagoniza mis caminos: ahora somos la música y yo. Así es que, si algún día ves manejando a una chica veinteañera detrás de la cual asoma un estuche azul de cello cantando y llorando sola, ¡probablemente ésa seré yo!


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