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El Nuevo Testamento: Push the Sky Away

“The song is heroic because the song confronts death. The song is immortal and it bravely stares down our own extinction.” – Nick Cave


Antes de empezar quiero clarificar que esta reseña no es una reseña convencional. Este texto es una letra de amor hacia Nick Cave, pero también es un ensayo sobre el valor artístico de la pérdida y la inefabilidad del tiempo. Como el arte en general, esta reseña intenta ser demasiado y en el intento no logra ser suficiente.

Berlín le pertenece a Nick Cave. Algunos me dirán que no, que le pertenece a Win Wenders o mínimo a Bruno Ganz. Pero no, Berlín le pertenece a Nick Cave. ¿Por qué? Porque Berlín es la ciudad del duelo y Nick Cave es el infalible artista en duelo.

Nick Cave llegó a mi vida en el 2013 en forma de otro ser: Grinderman, uno de sus proyectos alternos. En ese entonces, yo tenía una necesidad casi obsesiva de demostrarle al mundo que el horror, la violencia y la destrucción eran mis valores de vida. Por eso, canciones como “Worm Tamer” o “Heathen Child” me arrullaban. Irónicamente, en ese mismo año, Nick Cave ya había superado su época de la heroína y estaba trabajando en proyectos menos horribles y más espirituales, uno de los cuales fue el álbum Push the Sky Away. Pero como a la música no le interesa la cronología, pasaron siete años antes de que ese álbum llegara a mi vida.

El regreso de Nick Cave fue un proceso lento y premeditado. Primero se me apareció en Berlín en el 2018, cuando Bruno (Armendáriz, no Bruno Ganz, aunque esa coincidencia es otro simbolismo más) me recomendó la película Las Alas del Deseo. Me tomó dos años atreverme a verla, pero cuando finalmente la logré, no pude contener mi fascinación por Nick Cave. Unos meses después, me mudé a Brighton y me enteré de que ahora vivo en la misma ciudad que ese sujeto tan peculiar. Poco a poco nos fuimos acercando, despertando cada mañana bajo el mismo cielo, junto al mismo mar. Finalmente, este verano, nuestro romance llegó a su éxtasis de la manera más irónica y salvaje: alguien me dijo que mi novio se parece a Nick Cave y ahora no puedo escapar de este extraño triángulo amoroso.

Sin embargo, nuestra relación no se consumó hasta hace un mes, cuando regresé a Berlín con el corazón hundido en luto. Ahí, en la esquina de Kreuzberg, mientras pensaba en la muerte de mi abuela y veía los puentes tambaleantes que me recuerdan al Periférico, finalmente me encontré cara a cara con Nick Cave. Desde entonces, no me ha dejado de seguir. Cada vez que camino sola escucho su voz. No cuestiono su presencia fantasmagórica porque sé que mi reencuentro con la muerte sólo se puede leer con la voz de Nick Cave.



Tristemente, las coincidencias no terminaron ahí.

En la portada del álbum, Nick Cave señala hacia una puerta abierta mientras su esposa, Susie Bick, camina hacia ella. Este álbum salió en el 2013, dos años antes de que su hijo Arthur se cayera de un acantilado y falleciera. Cada vez que veo la portada, no puedo evitar verla como algo premonitorio; como un testimonio visual de aquello que ambos tendrían que emprender en el futuro. Ese camino, borroso y fantasmagórico para Susie, y esa posición obstinada de Nick, me parecen ser referencias directas al luto que ambos tendrían que vivir en el 2015. Sé que no tiene sentido; sé que el Nick Cave del 2013 no tenía manera de saber que su elección creativa se volvería una referencia oscura de su futuro. Pero también sé que extrañamente, todo el álbum se puede apreciar como un discurso introspectivo del Nick Cave del 2015. Es como si su cuerpo y su alma artística ya estuvieran en sincronía con su dolor del futuro. Es como si la música no tuviera percepción del tiempo.

Canciones como “Finishing Jubilee Street” aceptan la posibilidad de que el futuro puede inspirar al pasado. Cuando Nick describe su propio proceso creativo, “I’d just finished writing Jubilee Street / I laid down on my bed and fell into a deep sleep”, de cierto modo le está permitiendo a su audiencia aceptar una versión del tiempo que no es lineal. Nos obliga a ver el proceso creativo como una zona sin límites, como un lugar metafórico que existe en la frontera ausente entre Berlín y Brighton. Cuando uno se sumerge en la posibilidad de la creación —al aceptar el rol de Dios—, el tiempo ya no importa. Porque, en realidad, el tiempo nunca importó. El mundo que imagino cuando escucho Push the Sky Away es un mundo donde la musa de Nick Cave es él mismo, pero desde el futuro. Sí, este álbum salió en el 2013, pero en mi imaginación, este álbum no existiría si su hijo no hubiera muerto en el 2015.

El luto es una emoción familiar; a mis 23 años, he perdido cinco personas, incluyendo a mi madre. No quiero implicar que estas pérdidas me han convertido en una filósofa del siglo veintiuno y que ahora tengo todas las respuestas a las preguntas existenciales que nuestros lectores puedan tener. Sin embargo, lo que sí puedo aceptar es que la pérdida me ha dado una capacidad inexplicable de ver más allá de lo que es lógico. Por eso, cuando escucho a Nick cantando letras como: “Down the tunnel that leads to the sea / Step on the beach beneath the iron skies / You wave and say goodbye”, o líneas como: “Now I hope you are listening, are you?”, no puedo evitar pensar en Arthur. No puedo evitar imaginar que su narrativa trasciende la lógica del tiempo: un padre, hablándole a su hijo, despidiéndose de él, incluso antes de saber que lo perderá.

Y es que el luto no tiene sentido; es irreverente, palpita contra tu interior y tiene un ritmo propio. Del mismo modo, canciones como “Water’s Edge” te arrebatan el control propio, o peor aún, te hacen ver que el control nunca es propio. Que el control, así como el pasado y la memoria, es una ilusión. La voz de Nick Cave te jala sin misericordia hacia la profundidad de un océano imaginario. Las imágenes que crea con su voz, llenas de lamentos y de desesperación son imágenes que sólo se le aparecen al sujeto que ha visto el abismo de la muerte. Ante la falta de lógica, ante la falta de respuestas, la única religión que me queda es la voz de Nick Cave: “Here I am preaching in a language that is completely new”.



Nick Cave es un sujeto extraño, con tradiciones y rituales creativos que algunos denominan pretenciosos. Uno de estos rituales es que cuando termina de escribir una canción, la transcribe a una de las páginas de una biblia. Y sí, tal vez es pretencioso, pero, tal vez también es una manera de conectar con el otro padre, Dios. ¿Y si el dolor que sintió Dios al perder a Jesús es el mismo dolor que Nick sintió al perder a Arthur? ¿Y si el hombre sólo es hombre porque cree en Dios? ¿Y si el hombre sólo es hombre porque creó a Dios? Escribir es un ritual, y tomar fotos es un ritual, y caminar sola en Berlín, mientras aceptas que tu abuela ya no está en el mundo es un ritual.

La muerte nosconfronta con algo visceral: la revelación aterrorizante de que, al final del día, no queda nada más que la presencia propia. En una de sus cartas, Nick Cave escribió que no se trata de encontrar la manera de salir del luto, sino que se trata de aprender a existir desde el luto [1]. Uno tiene que abrazar la pérdida, aceptarla. Uno tiene que aprender a vivir con el irremediable deseo de que aquello no hubiera sucedido y con la constante aceptación de que no puede ser de otro modo. Uno aprende a hacer el amor con la pérdida; a aceptar el erotismo de la muerte, a mirar el vacío y enamorarse de él. Ya no voy a misa, pero sin duda hubiera vendido mi alma para conseguir un boleto para el concierto de Nick Cave. Los Dioses somos nosotros. Existir es un ritual sin-sentido. Y ya nada es sacrilegio.

Ver a través de la pérdida me ha permitido existir desde el desapego. Así como Cave canta: “Tree don’t care what the little bird sings”, me he apropiado de esta manera de ver la existencia. Yo soy el árbol y la muerte es el pájaro cantando. Ya no intento buscar las respuestas porque, simplemente —incluso si existieran— nunca me bastarían. La única respuesta realmente yace en la existencia misma, en lo absurdo del presente, en el hecho de ante la trágica pérdida, lo único que me tranquiliza es la voz de un hombre que nunca conoceré. La única lógica es la lógica propia. Por eso cuando quiero dormir bajo los brazos de una madre que no existe, o cuando Nick quiere hablar con un hijo que ya no existe, ambos vamos al mar, caminamos junto al océano que mira hacia nuestro hogar y le gritamos a nuestro Dios inexistente.

Cuando alguien muere, existe un deseo indescriptible de viajar en sentido contrario, de experimentar la existencia de esa persona una vez más. La idea de derrotar el tiempo es irracional, pero inevitable. Cuando miro el cielo, ya no veo cinco almas destinadas a un lugar desconocido. Ahora sólo veo un abismo tangible, el reflejo del mar y de mi propia existencia. Ya que no puedo cambiar mi historia ni devolverle la vida a todos los que ya no están a mi lado, mi único deseo es empujar el cielo en la dirección opuesta (to push the sky away) porque sólo así puedo ver lo que queda en la tierra.

Esta historia que he creado en mi cabeza sobre Nick Cave, Berlín y Arthur es tan válida como el Nuevo Testamento. Esto no es blasfemia, porque en mi mente ya no existe tal cosa. Push the Sky Away es simplemente un método de supervivencia. Es el único método que me queda.

Ya nada importa, Nick, ya nada importa. ¿Y Berlín? Berlín te pertenece.




[1] “Not out of grief, but deep within it."

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