Mi padre no es un hombre de grandes promesas. No lo digo como reproche, sino como reconocimiento de una virtud extraña, una reserva que, a falta de un mejor término, he llamado prudencia. No se confundan, mi padre no es seco ni apático, simplemente se atiene a la realidad, y cuando arroja alguna hipótesis, alguna posibilidad con margen de error, enfatiza la duda con la incertidumbre del pospretérito.
Yo tendría unos 11 años cuando me topé por primera vez con la carátula de Still Got the Blues (1990). Por una razón que ya no recuerdo, mi padre y yo nos habíamos quedado solos en casa. Él aprovechó para sacar su guitarra eléctrica del cuarto de servicio. Yo nunca la había visto (después me enteraría de que había comprado la guitarra sin decirle a mamá), y cuando la sacó de su estuche, sentí que me encontraba frente al tesoro más preciado. —¿Y eso?— pregunté atónito. —Se la compré a un chavo en el Centro por 500 varos— respondió mientras la inclinaba para tocar las primeras notas. En ese entonces no teníamos amplificador, el sonido de la guitarra se reducía a sus tenues frases acústicas. Aun así, la revelación me pareció tan fascinante que me senté a escuchar, esperando a que mi papá me la prestara. Rezongué y rezongué hasta que por fin me la cedió. Mientras yo tocaba (o trataba de tocar, más bien) “Smoke on the Water” y los 12 compases de blues, mi papá se puso a organizar sus discos. Al cabo de unos minutos, gritó: “¡Mira, como tú!” Cuando me acerqué a ver el disco, vi esta misma portada. —Este chavito debe tener tu edad. Mira, con su póster de Hendrix —dijo entre risas—. Luego me recuerdas y te compro unos pósters en El Chopo, ¿cómo ves? Mira, tú puedes ser como Gary Moore, él empezó como tú, desde chavito, tú síguele dando—.
“Tú puedes”: en presente, no en pospretérito. (Verán, cuando un padre no es precisamente un rétor motivacional, el hijo debe amplificar estas sutilezas para crearse un discurso sumamente alentador). Curiosamente, este detalle de conjugación quedó impreso en mi memoria con una fuerza inaudita. Cuando miro esta portada, regreso a mis comienzos musicales, a mis pañales bluseros, pienso en todas las horas que he pasado tocando sentado en la esquina izquierda de mi cama, y recuerdo con extrañeza aquella vez que mi padre vaticinó —en presente, no en pospretérito— mi relación con la guitarra.
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