Llegué a la Facultad de Música un par de minutos antes que el resto. Como todo buen extranjero en territorio desconocido, comencé a matar el tiempo merodeando tímidamente por la entrada, echando un vistazo por aquí y por allá, disfrutando por alguna extraña y placentera razón de las (des)afinaciones instrumentales que sonaban a lo lejos, mas todo bajo una secreta ansia y un sigilo innecesario, casi risible, similar a las reservas de un niño que observa a sus vecinos jugar, pero debe terminarse sus verduras antes de poder acompañarlos. Afortunadamente, la curiosidad mató al gato, a las verduras y a los cautelosos modales, por lo que no pasaron más de treinta segundos antes de que me adentrara en el edificio y me instalara cómodamente en el patio central.
Por si el exceso de confianza no fuera lo suficientemente impertinente, me aseguré de arrebatarme toda posibilidad de vida celestial post mortem al disputarme el único asiento disponible en las bancas del patio con un tubista adolorido de la espalda. Salí victorioso y el desdén del tubista era notorio, pero no del todo insoportable. Por suerte, justo antes de que el arrepentimiento se acrecentara y terminara por ceder el asiento, el coro de la facultad entonó una paradisíaca y potente melodía, que convenientemente interpreté como una señal: Dios había perdonado mis injurias, y el melifluo canto no sólo significaba que podía permanecer en mi asiento sin remordimientos, sino que, a su vez, resultaba premonitorio de una entrevista exitosa.
Mariana por fin llegó y me informó que MULATO estaba por llegar. Mientras tanto, yo le comentaba los pormenores de mi reciente teofanía, que intentó refutar tildándome de hiperbólico y pueril; pero yo sabía lo que había escuchado y mantuve mi postura. Al cabo de unos instantes fuimos a encontrarnos con la banda en la entrada de la facultad. Tras un par de comentarios introductorios con Johny, Kurt y su novia, nos instalamos en un salón cercano para realizar la entrevista, no sin antes haber elegido otros tres sitios para después cambiar de opinión por cuestiones de ruido -errores de principiante-.
Más allá del sonido
Aún no habíamos formulado la primera pregunta y Kurt ya comenzaba a dilucidar las ambiciones de su laberíntico videoclip. Se trataba de un videoclip no-lineal con tintes gasparnoeianos que funge como antiilustración de la letra de “Efecto Mariposa”, una canción romántica que recurre a fundamentaciones científicas sobre la creación del universo y el planeta, así como a poderosos principios deterministas para justificar un enamoramiento. Johny comenta que el objetivo era generar confusión, alguna especie de obsesiva incomprensión que obligara a las y los espectadores a volver a ver el video. Asimismo, añadió que sintió la satisfacción de haberlo logrado al escuchar las desconcertadas preguntas de su madre sobre la aparente estructura inconexa del video, y su difusa relación con la música. En efecto, esta relación es poco clara y sugiere muchas más preguntas que respuestas. Si David Lynch aseguraba que siempre existe miedo a lo desconocido donde hay misterio, no contaba con que el misterio fuera un groove fluorescente y lo desconocido fuera un inaudito R&B mexicano, cuya naturaleza reemplazara inequívocamente el miedo por un cabeceo en 4/4. No obstante, me queda claro que frente a una letra tan afectiva y su homicida videoclip, todo este mundo es salvaje de corazón y extraño en la superficie -en ese sentido, David no se equivocaba-.
Al respecto de sus estrambóticas y, por momentos, osadas decisiones estéticas, Kurt declara a la banda en proceso de autodescubrimiento con el fin de encontrar esa voz propia que aún no está bien definida. Y es que a pesar de mantener patentes sus influencias musicales, existe en MULATO un vehemente impulso de mutabilidad que termina por permear tanto en sus propuestas visuales como en sus iniciativas sonoras, decididamente opuestas a la monotonía y los campos comunes; su concepción total del quehacer musical abre puertas a una creación multidisciplinaria que no sólo es divertida de realizar, sino también de escuchar y de mirar: en su música hay algo de bailable y juguetón, pero también existen porciones de solemnidad, de honestidad y, sobre todo, una enorme ambición -en la acepción positiva de la palabra-. Como en la mayoría de los casos en donde conviven elementos tan distintos entre sí, la dialéctica suele ser emocionante.
Raíces
Más allá de la exploración para encontrar un sonido único y diferente, una cosa es innegable, y es que, como apuntaba Johny, en la escena musical nacional no abunda el R&B y, al menos para el público mexicano, la música de MULATO ofrece cierta frescura auditiva. Cuando Kurt y Johny nos mencionaron que el nombre del grupo surgió como una especie de homenaje a la música afroamericana y su legado cultural, de inmediato comprendimos su fascinación por géneros como el bossa nova, el soul y el funk, cuya presencia es manifiesta en el EP debut de la agrupación. Ambos comentaron que, al no encontrar referentes mexicanos de muchos de esos géneros afroamericanos, se hicieron a la tarea de probar suerte en ellos, aprovechando su entusiasmo musical. Evidentemente, la empresa no era nada sencilla: si MULATO buscaba el éxito nacional mediante influencias afrodescendientes, hubiera sido mejor optar por la salsa o el merengue, o algún otro sazón caribeño.
Sin embargo, aunque el grupo había renunciado desde el inicio a los grandes éxitos escuchados en las bodas y bautizos de la república, con la latinidad exagerada de las cadencias más bailables, aún era posible encontrar una sutil y sólida fusión entre el R&B y su mexicanidad, implementando métricas tradicionales, tales como las décimas en “Alba”. De igual forma, aprovecharon la mención para anunciar una posible composición lírica en octosílabos -así es, como nuestro patrimonio nacional más preciado: “Las Mañanitas”-.
Semblanza y predestinación
MULATO es diverso en general y definitivamente opuesto en particular. La idea casi descabellada de formar una banda de R&B mexicano no es producto del azar, sino de la insólita dualidad entre sus dos líderes: el primero, debutando los fines de semana en la iglesia, la cantera por excelencia del feeling soulero, para después formarse en la entonces Escuela Nacional de Música; el segundo, comenzando como bajista de closet mientras estudiaba gestión y desarrollo interculturales en la Facultad de Filosofía y Letras, para luego estudiar música formalmente en Del Rock a la Palabra (escuela donde conocería a Kurt). El contraste es tajante y, según la suspicacia (y sensacionalismo) del lector, podría decirse que raya en lo mitológico: se trata de la unión entre la tradición eclesiástica y la clandestina autodidáctica en la Facultad de Filosofía y Letras -no hay que dudar que, detrás de los libros a veinte pesos, los aretes de pluma de quetzal y las hamburguesas veganas, exista alguna especie de oscuridad implacable-.
No obstante, la unión funcionó perfectamente, comenzando a gestarse desde “Eddy y los grasosos”, primera agrupación en la que tocaron juntos:
Johny: Va a sonar muy mamón, pero nos dimos cuenta de que estábamos por encima del sonido de la banda. Sólo era divertirnos él y yo, o sea, sí estábamos tocando la rola, pero luego hacíamos lo que queríamos, y de ahí salió la idea de formar algo nosotros dos. [...] Toqué como 5 años hasta que entró Kurt a la banda. Tocando con él me di cuenta de que estábamos muy conectados, como cuando juegas con alguien futbol y te das cuenta de que juegas chido, o cuando juegas FIFA…
Con esta analogía, Johny abordaba una verdad absoluta e irrefutable: Ginger Baker y Eric Clapton, Jimmy Page y John Bonham, David Gilmour y Roger Waters, todos formaron excelentes duplas, pero difícilmente están a la altura de Di Stefano y Puskas en el Real Madrid, de Pelé y Garrincha en la selección brasileña, o hasta en ejemplos más modestos, de la dupla ofensiva de Ailton y Bruno Marioni en los Pumas, por ahí del 2004. El día que uno intercambia y acopla líneas de bajo con polirritmos, como si se tratara de centrar un balón al área chica para un remate de volea, uno sabe que la música es el camino correcto.
Habiendo entrado en materia de especulaciones, hicimos la pregunta obligada: ¿Qué preferirían: morir a los 27 con un sólo un disco, pero que resulte de suma importancia en la historia nacional-musical, o poder vivir más tiempo sin un éxito garantizado? Johny, sin titubear, vio en la muerte temprana la posibilidad de convertirse en leyenda urbana, y prefirió al instante la primera opción; mientras que Kurt, sin prisa por responder y mucho menos por inmortalizar su carrera musical al viejo estilo autodestructivo, pensó en vivir más tiempo, formar una familia y ver a sus hijos crecer -por lo visto, el feeling soulero no fue la única influencia que la iglesia ejerció en sus ambiciones-. A pesar del peligroso lema clásico, que dicta que los elegidos de los dioses mueren jóvenes, lo cierto es que, con la magnanimidad que Dios había mostrado ese día, probablemente puedan librar toda clase de sinos funestos o, de no ser el caso, quizá la simpatía de Johny por el diablo termine por comprarles esos años extra de vida para lanzar otro EP.
Finalizada la entrevista, me dispuse a pausar la grabación de la conversación. Para mi sorpresa, los 48 minutos de audio no aparecieron inmediatamente en la lista de elementos guardados y por un momento pensé que Dios había recordado al tubista adolorido. Mariana se percató del incidente y me ilustró detallada y sádicamente la dolorosa muerte que experimentaría en caso de no recuperar la grabación. Para mi fortuna, después de largos segundos de agónica estupefacción, el audio quedó almacenado exitosamente, Mariana retomó en cuestión de milisegundos su sonrisa habitual y yo me aseguré una muerte menos penosa y prematura.
Una vez listos, evacuamos el salón, hicimos la rutinaria parada en el baño y nos despedimos en la entrada de la facultad. Cada quién se fue por su lado y yo, aún sintiéndome resguardado por la divinidad, decidí encontrar mi camino de regreso sobre la marcha, improvisando una ruta hacia mi casa. Debí haber caminado unos diez minutos, callejoneando tranquilamente por la zona y adentrándome cada vez más en territorios penumbrosos, hasta quedar frente a una encrucijada. Me detuve, reparando en mi colosal despiste y, de pronto, mi nueva devoción y fortuita fe se resquebrajó frente a la oscuridad del panorama. La posibilidad de que el diablo se presentara con una oferta para comprar mi alma era lo de menos, lo verdaderamente preocupante era la opulenta exposición a todo tipo de asaltos y pasos en falso, por lo que, pidiendo perdón por mi flaqueza religiosa, decidí pedir un Uber que me llevara hasta mi casa. El vehículo llegó, insistí en encontrar una ruta que evitara pasar por la encrucijada, y una vez fuera de peligro, anoté la dirección en mi teléfono, por si un día necesitaba algún talento extraordinario a cambio de mi alma.
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