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Sus conjeturas, sus decepciones

Actualizado: 10 ago 2021

Por Bruno Armendáriz T.


Con tantas opciones se sentía perdida; tan llena de dudas, tan susceptible a temores, tan hecha de placeres difíciles. Cada que se le presentaban tantas recomendaciones inéditas en Youtube, ella se regocijaba en incertidumbres: ¿cuál escuchar primero?, ¿cuál después? El orden importa, de hecho es fundamental, casi tan significativo como la música misma. Después de una ojeada fugaz a las opciones, Minerva elegía una metodología de secuenciación; para cada ocasión, una diferente. Pero ella disfrutaba de esas arbitrariedades, incluso se satisfacía pensando que, detrás de cada decisión de ordenamiento, había algo de sagrado, algo de divino e inexorable: una vez elegida la metodología, la decisión era irrevocablemente estricta, tajantemente adecuada. Algunas veces se decantaba por la tipografía de las portadas, otras por sus colores; en ocasiones optaba por aspectos más rebuscados, como la cantidad de consonantes en el nombre del grupo, o la brevedad de las palabras en el título de la canción. Esta vez quiso ir más allá y eligió como jerarquizador la envergadura de los labios de las personas en las portadas. Tomó una regla y midió minuciosamente los labios presentes en las carátulas.

Tras la inspección, resultó ganador un álbum brasileño, “Violeta – Terno Rei”. A Minerva le agradó el veredicto y corroboró su fe en las arbitrariedades sagradas. Observó la portada del álbum en bello silencio antes de pulsar la miniatura para escucharlo. Finalmente se atrevió a pulsar la imagen, pero, al tratarse de un álbum entero, el audio tardó en cargar. Ella aprovechó el instante para imaginar el primer sonido, el primer acorde; tal vez un redoble salado, quizá un teclado tembloroso. La sensación de sentirse indefensa ante el primer instrumento en sonar, es un temor privilegiado. Adoraba desencriptar la dulzura, pasar angustias melifluas, recorrer las incógnitas, torcerlas… Anticipaba un grito, un goce, un rasguño transparente, un comienzo, uno bueno. Cerró los ojos. Llegaba al clímax, recibía las heridas de una tensión insoportable. Entonces arribó el primer do, triunfante, seguido de un re y un si fugaces pero incisivos; después un par de mis rematan la figura; luego una repetición, luego… unos claxons, luego… una promoción… Minerva temió lo peor y abrió los ojos. Emputada como nunca se enfrentó al anuncio de Didi food, esa mierda destroza-preámbulos-anticlímax-transnacional-deleznable. Minerva abandonó la escucha, su virtuosa construcción sensible había sido destripada. Esa noche sintió que perdía una vez más —aunque no definitivamente— su esperanza en la expresión artística. Y frustrada por su encabronamiento musical, apoyó la cabeza en la almohada en busca de consuelo.


Nota del autor: ¡Vete a la mierda, Didi food!

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