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The Dream - alt-J

Actualizado: 1 jul 2022


*usamos una escala del 1 al 7 para calificar nuestras reseñas

Hace algunos meses le declaré la guerra al indie rock. Frases como

“es que no es disruptivo” o “la revolución musical se terminó en los ochenta”

salieron de mi boca en diversas ocasiones tras un par de cervezas. No sé si fue la pandemia o si fue la desesperación de tener que oír a mi ex escuchando a Cuco a todo volumen durante dos meses, o si fue una combinación de ambas cosas. El hecho es que desde hace unos meses sólo escucho tecno ruso y post-punk.

Por eso, cuando Mathias me preguntó si quería reseñar el nuevo disco de alt-J, la neta lo dudé. No porque no quisiera, sino porque me conozco muy bien: sé que mi necedad a veces (casi siempre) es pura pose e, internamente, sabía que el nuevo disco de alt-J me mamaría y me forzaría a reconsiderar mi posición inicial respecto al indie.

Evidentemente, al final acepté la propuesta de Mathias. ¿Por qué? En parte porque no hay nada más cagado que llevarme la contraria a mí misma. Como diría Walt Whitman:

“Do I contradict myself? Very well then I contradict myself, (I am large, I contain multitudes)”.

Pero en verdad lo hice porque la idea de hallarme en un trip nostálgico unos días antes de cumplir veinticuatro años sonaba muy ad-hoc. Uno tiene que regresar al origen para entender por qué cambió, ¿o no?


Sin más rollo. Ahí les va:


alt j, también conocido como ∆. El triángulo, la trinidad. Esta banda empezó con pretensiones desde el primer día. Tres de los cuatro miembros estudiaron Arte en Leeds, vaya sorpresa. Sus canciones incluyen referencias cinematográficas (“Matilda” está basada en la escena final de Léon: The Professional), literarias (“An Awesome Wave” es una línea que sacaron de American Psycho) e incluso históricas (la canción “Taro” cuenta la historia de la fotógrafa alemana Gerda Taro, quien fue amante de Robert Capa). A todo esto y para ser menos mamadora, esta vez me dejé llevar por el sonido global antes que por la letra. Así llegué a la conclusión de que, musicalmente, el álbum se puede dividir en dos partes.

Para explicar cómo estas dos secciones se complementan, voy a usar una analogía. La primera parte consiste de las primeras seis canciones (de “Bane” a “Get Better”) y es como cuando te invitan a una fiesta: gracias a la ubicación, la lista de invitados y el motivo del festejo te puedes dar una idea de cómo va a estar el ambiente y te puedes empezar a emocionar. Sin embargo, esa expectativa inicial no se parece en lo absoluto a la realidad de la fiesta, lo cual equivale a la segunda parte del álbum. En esta sección, que va de “Chicago” a “Powders”, hay más caos, más emoción. Contraria a la primera parte que yace en el imaginario, la experiencia es física y abrumadora. Sin embargo, la primera parte es esencial, ya que, de no haber sido por ella, no estarías en la fiesta.

El quiebre entre la primera y la segunda fase es marcado por la canción “Get Better”, lo cual tiene sentido. Este track utiliza el tema de la pérdida como punto de partida. Mediante el uso alterno de la voz de Joe Newman y una nota de voz, la canción juega con las ideas de ausencia/presencia de una manera sencilla pero efectiva. Además, imperceptiblemente, este tema nos guía en una dirección más introspectiva. Regresando a la analogía, la canción es como ese momento en la fiesta cuando ya sabes que se va a poner interesante, pero aún sigues preguntándote cómo.

La siguiente canción, “Chicago”, añade sonidos nuevos que no están usualmente relacionados con el proyecto de alt-J; no obstante, la exploración de lo electrónico nos ayuda a ver que las capacidades musicales del grupo aún no han sido agotadas. Éste es el drop de la fiesta, el punto sin retorno en el que tomas un trago de tu bebida y sabes que ya valió.

Canciones como “Philadelphia” hacen referencia a las tendencias instrumentales pasadas de la agrupación. De manera similar a “Garden of England” (en An Awesome Wave), el uso del órgano, el arpa y la vocalización de ópera nos hacen viajar a un pasado británico inexistente: “Percussive flashes over dimly lit country”. Sin ser abiertamente político, esta línea se puede leer como una crítica actual a la situación en el Reino Unido: Brexit, el incremento de los precios del gas, las mentiras de Boris Johnson. En un país donde casi todas las bandas musicales hablan de política 24/7 (aquí, si no hablas de política te cancelan), me parece estimulante oír una canción sutil. Es decir, esta línea podría ser sobre la situación política, pero también sobre una noche de tormenta. Tú decides.

Los ecos del pasado al inicio de “Walk A Mile” me recuerdan un poco a The Caretaker. Sin embargo, antes de adentrarse en un rollo de perdición existencial, la canción cambia y adopta tonos similares a Grizzly Bear. Este juego con el tiempo es fundamental a lo largo de todo el álbum; alt-J representan el tiempo presente como a) una realidad independiente y b) un producto de diversos pasados. Al traer sonidos antiguos, nos sitúan en un mundo de contradicciones nostálgicas y de conflictos ideológicos pero, una vez más, lo hacen de manera sutil y leve.

¿Cuál es la trinidad de alt-J? ¿Cuáles son esos valores musicales que establecieron desde el día uno y que siguen vigentes hasta la fecha?

  1. Negación: el nombre de alt-J se originó porque cuando presionabas alt-J en el teclado salía un triángulo. Lo acabo de intentar y no sale nada, lo cual es irónico y simbólico a la vez. La banda es un proyecto que intentó hacer referencia a nuestras tendencias tecnológicas con su propio nombre, que también cayó en la obsolescencia. Esto último no es crítica; al contrario, me parece brillante. Se trata de un proyecto que es y que no es.

  2. Nostalgia: muchas de las referencias que utilizan están basadas en una idealización del pasado. Por ejemplo, su uso del teclado en ‘Hard Drive Gold’ me recuerda a The Doors, pero también me recuerda que The Doors ya no existe y que entre la muerte de Jim Morrison y mi nacimiento hay veintisiete años de distancia. Para simplificarlo, alt-J es un proyecto que existe en el presente rebeldemente. Es un proyecto que entiende la distancia entre el presente-deseado y el presente-real y que utiliza la nostalgia para expresar la frustración individual que uno experimenta al vivir en ese limbo.

  3. Necedad: Joe Newman recitando a toda velocidad “Pick a petal, eenie meenie minie mo, and flower” en “Left Hand Free” es un momento icónico en su carrera. En el nuevo álbum esta velocidad vocal está casi ausente. Sin embargo, la voz forzada y ronca de John Newman nos recuerda esta necedad. Es como si dijera “voy con prisa y no quiero cantar y, sin embargo, canto”.

Seamos honestos, mi enojo inicial estaba mal orientado. Nada de esto es culpa del indie rock. La falta de sonidos revolucionarios no es culpa de las bandas, es culpa de la industrialización de la música, del proceso de demanda que prioriza la cantidad sobre la calidad. Mi negación hacia este género se basa más en la idea de que vivimos en un limbo musical. Es más fácil oír post-punk e imaginar que vives en el Londres de los ochenta (u oír tecno ruso que no entiendes) a aceptar que vivimos en la sombra de un pasado musical genuinamente revolucionario y en el terror presente del hipercapitalismo (cue Mark Fisher).

Como alt-J, para sobrevivir a esta idea, tenemos que recurrir a una negación, a una nostalgia y a una necedad constantes. En otras palabras, para escapar del horror y la frustración del tiempo presente, nuestra revolución sólo puede existir en el imaginario. Cualquier paso hacia el cambio es un “sin embargo” simbólico, pero la falta de acciones palpables no nos frena. Sin embargo, cantamos; sin embargo, recordamos; sin embargo, imaginamos; sin embargo, creamos; sin embargo, soñamos.

That right there, that’s The Dream.


Canciones favoritas: "Bane", "Get Better", "The Dream"

Menos preferidas: "Happier When You're Gone", "Delta"

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