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Foto del escritorMariana Sánchez

Trío Orrin Evans y los lenguajes ocultos.

Actualizado: 21 may 2020

El 24 de agosto del presente año tuve el gusto de asistir a un concierto de uno de los múltiples ensambles del pianista Orrin Evans, que se llevó a cabo en el Centro Cultural Roberto Cantoral a las 20:30 hrs. Cuando yo llegué llovía todavía un poco, lo cual me pareció que encajaba bastante bien con el ambiente que generaban las luces azules que alumbraban la fachada del edificio.

La gente ya comenzaba a formarse en la entrada o a esperar en el lobby para entregar su boleto, comprar bebidas, saludar a algún conocido, etcétera. (En la sala ocurre algo a lo que yo me atrevería a llamar incluso un “fenómeno”: las instalaciones son como pocas en la Ciudad de México, la sala ofrece conciertos semanales de músicos nacionales e internacionales de niveles altamente reconocidos; el lugar tiene cupo de hasta 846 personas y siempre da la impresión de estar casi hasta el tope, mas, con el tiempo, he descubierto que es poca la gente que sabe de estos eventos, incluso del recinto.)


Llegamos, lentamente nos unimos a la dinámica del resto de los espectadores y, finalmente, ingresamos a la sala a ocupar nuestros respectivos asientos. Después de unos minutos de espera, salen al escenario los tres intérpretes junto con Eugenio Elías, quien presenta brevemente al trío e invita al público a asistir a los próximos eventos; mientras tanto, los músicos se van acoplando a sus instrumentos y Evans cierra los ojos como para empezar a escuchar la música que en unos momentos harán sonar. Entonces, el baterista (Mark Whitfield Jr.) comienza a apenas acariciar los tambores y paulatinamente va agregando los platillos para crear una base rítmica, a la cual se une el bajista (Luques Curtis) unos compases después. Cuando ya está aparentemente establecido un tempo constante y un lenguaje entre ellos, se les une el piano (Orrin Evans) con un simple intervalo disonante; estas dos primeras notas se quedan sonando en el aire y luego son contestadas por otras, y las otras a la vez por unas nuevas, y así hasta que se empiezan a formar acordes y armonías que van elevando la textura y el volumen de la primera canción.

Así continúan, adentrándose cada vez más en su propio mundo que es al mismo tiempo el del ensamble completo, cruzando miradas y sonrisas hasta dar la impresión de que están ellos tres solos y nadie más. En un momento, tras un increíble solo de la batería, Evans lanza una exclamación de placer “¡Ahhh, man!” que se mezcla con los aplausos y gritos del público, se inclina hacia atrás y cierra los ojos con una sonrisa pintada en el rostro.

El tiempo pasa, pero parece que para ellos esa noción ya no existe. Da la impresión de que bailan a un compás que sólo ellos entienden (porque, seamos honestos, nadie les puede seguir el pulso), cambiando de ritmos, armonías y tempos, contestándose unos a otros (ora la batería hace melodía, ora ritmo, ora el bajo lleva el ritmo, ora un solo); se ríen y gritan como si las notas que tocan fueran chistes locales. El público, sin embargo, parece disfrutar de este baile, de estos lenguajes ocultos, ya que aplaude y lanza gritos al final de cada canción, o incluso entre ellas.


Después de aproximadamente una hora y media, ya hacia el final, Orrin Evans procede a tomar el micrófono y presentar a los integrantes del trío; pide también una ronda de aplausos para el mismo público y agradece la presencia. Luego aprovecha para anunciar sus próximos discos, además de promocionar sus redes sociales e invitar a comprar sus mercancías a la salida. Termina la pequeña intermisión diciendo “Sigan haciendo lo que están haciendo: viniendo y recibiendo su dosis diaria de vitamina M, que es música. ¡Gracias!”

Seguido de esto tocan la última canción del programa, que en realidad se distingue mucho del resto, ya que ésta contiene temas mucho más tonales y fáciles para la escucha; esto, junto con las agradables palabras recién pronunciadas del pianista, logran aligerar el ambiente que por un momento pareció tensarse por un problema técnico en el cual el micrófono del pianista comenzó a tener interferencias, a lo que éste reaccionó primero dejando en el piso y, al no funcionar, optó por tomarlo con una mano y seguir.

Terminan la última canción y el público continúa aplaudiendo incluso cuando los músicos ya salieron de escena. Por esto mismo, tras unos minutos de aplausos incesantes, el trío vuelve a salir y, sin más, Evans se sienta al piano y comienza a tocar; Curtis logra acoplarse casi de inmediato, pero Whitfield Jr. se apresura a sentarse en la batería y comienza a tocar unos segundos después, mientras le grita al pianista unas palabras ininteligibles, pero claramente de reproche. En este último número regresan al estilo que habían mantenido la mayoría del concierto y, concluyendo, el pianista cierra con un acorde disonante.

De regreso al lobby, los músicos salen de sus camerinos para encontrarse con el público; una parte de la gente se amontona alrededor de ellos para obtener autógrafos, mercancía o fotos, mientras que otra parte se aparta un poco para comentar el concierto mientras observan a los músicos.

Saliendo del evento, y como buena representante de mi generación, procedí a seguir a los músicos en sus redes sociales y etiqueté a Curtis en un video que subí, en el que solamente se alcanza a apreciar un solo suyo. Para mi sorpresa, unos minutos después volví a entrar, y el bajista no sólo lo había visto, sino que me contestó de manera tan ligera y afable que me sentí con la confianza de seguir platicando con él; le hice unas preguntas sobre su ensamble, su música y el concierto, las cuales me contestó también con el mismo tono amigable. La información que me brindó no me pareció tan relevante para este texto, pero el gesto me pareció digno de mención.



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