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Foto del escritorMathias Ball Escamilla

Una breve diatriba (...) acompañada por una apología igualmente corta (...)

Una breve diatriba sobre un lapso sin gran importancia de la historia del periodismo musical, acompañada por una apología igualmente corta de un álbum para nada grandioso pero ni de cerca tan terrible como las críticas del momento te harían creer


Abre el preludio. Es difícil impedir que una opinión bien enunciada influya en tu propia percepción sobre un asunto; esto me parece especialmente acertado cuando estamos hablando de opiniones extremas. Cuando una revista de renombre publica una reseña que elogia intensamente un álbum, le coloca un sello de aprobación a lxs artistas en la frente que puede abrirle la puerta a más oportunidades. Pero lo mismo es cierto a la inversa: una reseña sumamente negativa puede cerrarle la puerta a escuchas potenciales. Cierra el preludio.


Nuestra historia comienza en el 2000, cuando Pitchfork llevaba apenas cinco años existiendo (digo “apenas” porque nos encontramos actualmente en el año XXVII de Nuestro Señor Tridente). En abril, el crítico Brent DiCrescenzo le da un 0 cerrado a NYC Ghosts & Flowers de Sonic Youth en una reseña mordaz (décadas después, DiCrescenzo reconsideraría su opinión, que atribuye a un choque entre la energía tan neoyorquina del disco y su propia sensibilidad chicaguense). No es el primer cero de la revista ni el caso más infame, de hecho ni siquiera es el tema de este texto; es sólo una de muchas reseñas extremadamente negativas y cáusticas que Pitchfork publicó en sus primeros 10 años, una época en la que claramente regían otras normas de publicación. Porque, realmente, ¿qué álbum es meritorio de un 0.0? ¿O de cualquier calificación entre el 0.0 y, digamos, el 2.9?

Presiento que la mayoría de estas reseñas las escribieron con desdén simplemente por llamar la atención, o bajo la errada suposición de que toda música que unx no considere magnífica tiene que ser terrible. Peor aún, que por lo menos una de estas reseñas se escribió sin siquiera haberle puesto su debida atención al álbum en cuestión. Este texto nace a partir del momento de conciencia en el que descubrí ese hecho.


Nuestra historia continúa cuatro meses después, en octubre. DiCrescenzo todavía es nuestro protagonista, y esta vez su hazaña ha sido otorgarle al cuarto disco de Joan of Arc, The Gap (2000), un 1.9 y el título de “el peor álbum que jamás había escuchado”, ambos heredados de su predecesor Live in Chicago, 1999 (1999). DiCrescenzo tachó ese disco de insoportablemente pretencioso, una opinión que no refuto, y al año siguiente le adjudicó esas mismas características al siguiente CD de la banda chicaguense que llegó a su escritorio. Pero es claro para quien sea que haya escuchado The Gap que DiCrescenzo no lo escuchó, o por lo menos no con la atención necesaria para evitar escribir que el álbum contiene sólo dos canciones discernibles, una declaración desconcertante no sólo debido al hecho que de las 10 pistas de The Gap, 6 de ellas claramente son canciones (buenas o no), sino también porque una de las pistas que DiCrescenzo identificó como una canción realmente no lo es.

The Gap no es una obra maestra, ni siquiera es un gran álbum. Sí entra en la categoría de art rock sumamente pretencioso en la que DiCrescenzo lo metió (creo que el título “John Cassavetes, Assata Shakur and Guy Debord Walk Into a Bar…” lo comprueba), pero la música no es sonido sin sentido, no es inescuchable. La banda acababa de descubrir ProTools y este disco fue el resultado del juego y la experimentación que se dio a partir de ello, aunque a mi parecer el único resultado tangible del uso de ProTools es una cantidad insana de tracks que resultó en que fuera básicamente imposible sacar una edición en vinilo. Pero The Gap contiene momentos muy gratificantes e incluso bellos, como las épicas “As Black Pants Make Cat Hairs Appear” y “My Impersonation This Morning of You Last Night” (de mis canciones favoritas de la banda), momentos de los que me perdí por mucha tiempo gracias a una mala reseña, pretenciosa, escrita con flojera y desdén por la música. Así que, finalmente, mi consejo que nadie pidió es doble: a lxs lectorxs, no se dejen llevar del todo por las palabras de alguien más, especialmente si esas palabras sancionan que algo es perfecto o absolutamente atroz; a mis compañerxs escritorxs, dejemos de ser tan mamadores.

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