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En la soledad y el poco silencio

Actualizado: 5 feb

Un relato muy emotivo sobre Sea Wall/ A Life, escrita por Simon Stephens y Nick Payne


Comienzo por preguntarme: ¿cómo puede ser que algo tan abstracto como el lenguaje hablado pase a través de una masa y nos cause tanto? Emociones, pensamientos, aprendizaje. Existen artículos que demuestran la conexión entre la música y el sistema límbico (más concretamente, la amígdala), y que, cuando una persona pierde el lenguaje, todavía se conecta y recupera la música de su memoria —y las emociones ligadas a ella—. ¿Recuperaremos, entonces, las emociones que un par de monólogos como éstos crearon en nosotros? ¿Serán las palabras habladas y “sentidas” un nuevo género musical?

Había leído sobre esta actuación a lo largo de varios meses: un par de monólogos en medio de la soledad del escenario que pensé nunca podría ver ya que sólo se estaban presentando en Nueva York y en Londres. Sin embargo, para amenizar la rutina de la pandemia (y para mi fortuna), el equipo que formó parte de la escritura, producción, dirección y presentación de la obra decidió pasar los monólogos a una plataforma accesible para todo el mundo (Audible). La grabación de ambos estuvo disponible de forma gratuita durante el primer mes de cuarentena, por lo que —enseguida— lo escuché desde casa. (Al final, a pesar de que esta crisis separó los continentes y países, también acortó distancias.)

La obra se basa en dos monólogos. Los actores de la obra mencionan les fue muy extraño y complicado grabar su monólogo sin público, ya que normalmente llevan a cabo cierta interacción con ellos. Además, después de haber escuchado las grabaciones, busqué fracciones de videos sobre la presentación en vivo y ambos actores hacen gran uso de su lenguaje corporal (como es de esperarse en el teatro). Como mencioné anteriormente, cada noche los actores cambian de tempo y carácter al compartir su hilo de pensamiento influidos por las emociones del público y de ellos mismos ese día en particular, haciéndolo una experiencia personal y real. Esto especialmente porque ambos monólogos tocan temas y cuestionamientos que uno como joven seguro se hace o que, mínimo, se identifica con ellos: lo efímero de la vida, el amor incondicional, los hijos, las dudas hacia el futuro y, también, los recuerdos que nos marcan el ritmo del presente.

Fueron los primeros monólogos que estaba a punto de experimentar, pero jamás pensé que me fuera tan difícil hacerlo sin ver a los actores en escena. Escuchar el primer monólogo de 33 minutos me tomó un día y medio, ya que cada cinco minutos me daba cuenta de que ya me había distraído con algo más y tenía que regresar la grabación 30 segundos; o de plano había algo más importante que esto, como la hora de la comida. El primer monólogo es relatado por Tom Sturridge, un actor inglés. Su acento no me ayudó mucho a esta veloz pérdida de concentración. Además, este monólogo lleva un ritmo lento y poco dinámico, por lo que no me atrapó desde un principio. A pesar de esto, los últimos 10 minutos del monólogo me tomaron por sorpresa, e, incluso, lograron causarme lo que la música: piel de gallina y unas cuantas lágrimas acumuladas en mi párpado inferior. No me gustaría detallar la historia de este monólogo ya que me gustaría que los interesados se sorprendan tanto como yo. Tuve que volver a escucharlo completo, y esta vez, lo disfruté mucho más.

Posteriormente, el segundo monólogo recitado por —el bellísimo— Jake Gyllenhaal fue un cambio radical (como los cambios de géneros musicales en mi shuffle). Para este monólogo ya estaba “entrenada”, así que me fue menos difícil mantener la atención: solo me tomó medio día para escucharlo completo (40 minutos). El monólogo lleva a cabo un constante y repentino cambio entre dos historias paralelas. Las historias ocurren en tiempos distintos, pero el monólogo va creando, como en un baile, un enredo de emociones, pensamientos y movimientos que llegan al mismo final. Un final que le deja a uno el corazón agitado, la respiración entrecortada, y una vez más, las lágrimas en los párpados (e incluso, una que otra cae por las mejillas). También lo escuché una segunda vez.

Creo que, después de escucharlos con atención y emoción, me di cuenta de que es posible que la razón por la que necesitaba de los actores es porque quizás es menos doloroso para uno ver y escuchar que el otro es el que está sufriendo (y sobre todo si uno sabe que son actores y que la obra está escrita por alguien más, quizás sin ser una historia real). Sí, no dudo que viéndolo en vivo no llorara yo, e incluso más por este tan humano sentido de empatía. Pero creo que la diferencia para mí fue que, al escuchar las narraciones sin ver a alguien, fui yo la que estaba viviendo las experiencias que narraron. Yo era la que estaba actuando esas emociones; yo era la actriz y estaba sola en mi cuarto viviendo historias que no eran mías.

Y, al mismo tiempo, estaban expresando tantas emociones y pensamientos por mí, lo cual fue un gran apoyo para destejer lo enredado. Ha sido (porque aún los sigo escuchando) una experiencia sorprendente. Si no hubiera sido por este espacio de tiempo que puedo tener por la cuarentena, quizás no habría podido vivirlo. Y definitivamente nunca en mi vida me imaginé que lo viviría. Ha sido una conexión conmigo misma a través de ellos y sus voces, y las palabras de los autores. Ha sido mi meditación, y ésta me ha llevado a la calma —y completo silencio— dentro de mí.

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