top of page

Serenata diurna desde mi stereo para el barrio


El sábado pasado caminaba por calles de la Martín Carrera. Noté en el ambiente una música cuyo volumen iba subiendo conforme avanzaba. Llegué a la fuente del sonido: salía de una ventana de un primer piso. Los decibeles parecían corresponder a un aparato modular o stereo. 


***


En la favela de mi niñez había unos señores hermanos que tocaban norteña y todos los domingos había que chutarse maratones de discos de los Cadetes de Linares, Los Tigres del Norte y demás bandas similares. Eran los 70. 


Al doblar la esquina, a unos 50 metros de casa, Samuel, hijo mayor de Doña Marina, solía compartirnos sus playlist de música pop del mercado nacional con la bocina pegada a la ventana durante hoooras toooda la semana.


Y así era en cada calle. Y así era en cada colonia popular. Y así era en la Ciudad. Era una especie de exhibicionismo sonoro, soltura que no desfachatez. No se diga esa especie aparte que nos hacía el favor de ponernos sus músicas con especial devoción: los camioneros, los microbuseros. El Corona Capital, el Auditorio Nacional en un espacio de 3x7 metros. 


Hay un equivalente: antes se fumaba en el camión, en la sala de la comadre de mamá sin pedir permiso, en la oficina y en la calle y en todos lados: así era la experiencia de escuchar música.  


Podía ser un tocadiscos, luego un stereo con tornamesa y con deck, luego sin tornamesa, luego con deck y con módulo para CD, luego sólo con CD y entrada auxiliar. 


La experiencia de escuchar música ha cambiado. 


Hoy es más una experiencia personal. En lugar de en la ventana, la bocina se pone en la oreja. Tampoco se fuma en el camión.


***

Ese tipo de la Martín Carrera era un escucha de otro tiempo. Seguro era un ruco. Un chavo ruco que le prestaba sus audífonos de mil auriculares al barrio entero. Lo que escuchaba me resultó intrascendente. 


Me puso contento porque usaba un modelo antiguo para escuchar música.


21 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page